A pesar de la voz gruesa y artificiosa del loro, fue difícil entender lo que decía. La articulación fue pastosa –como una mala grabación- y retumbona.
- ¿qué dijo? – pregunté. Bellabarba no paraba de reírse. Me di cuenta de que Zingla le estaba perdiendo toda paciencia a ese viejo fantoche. Yo lamenté que no me dejara escuchar lo que el loro tenía para decir.
- ¿No lo oyeron? –dijo Bellabarba, entre hipos- “Te atarás a la carreta”.
Y siguió riendo.
- ¿Qué quiere decir eso? – preguntó Zingla.
- No sé. – dije.- Pero yo mas bien entendí otra cosa.
Tiziano miraba inmóvil los vaivenes del loro, que alternativamente se paraba sobre la antena del televisor y sobre el modular.
- A mí mas bien me sonó a “Te sacarás la careta” – dijo Zingla.
- ¡Oh, eso tiene más sentido! –dijo Bellabarba, recompuesto de su acceso de risa y limpiándose la baba de su barba. – el señor Mux es una persona falsa, falaz y maliciosa. Ya es hora de desenmascararlo.
Lo miré con odio.
- Es un chistecito, Golem. Pero tengan en cuenta – dijo Bellabarba- que sólo es una palabra golémica si se publica en el diario local. Si no, no tiene efecto. Y el loro dice unas veinte frases por año. Que justo ahora diga algo, no necesariamente debe ser publicado.
- Yo entendí mas bien otra cosa. –repetí.
- A ver, vamos a dejarlo hablar al gólem porque sino se pone in-so-por-ta-ble –acotó Bellabarba, moviendo los ojos hacia arriba en señal de actuado fastidio
- Yo entendí “Matarás al bufarreta”
Bellabarba me miró en repentino silencio.
- ¿Matarás al bufarreta? ¿Y quién es el bufarreta? – inquirió con un poco de temor.
- ¿Quién, de los tres, en esta noche de revelaciones, es el bufarreta? – pregunté amenazante.
- Ese gato de mierda. Es un bufarreta tremendo – insinuó Bellabarba. –
Zingla miraba nuestro absurdo diálogo en silencio desde la punta de la mesa. Yo simplemente jugaba a molestar a Bellabarba y, con esa insinuación de asesinato, lo había puesto nervioso.
- Yo lo sabía – dijo, sacando repentinamente un arma. – Sabía que este hijo de puta me iba a querer liquidar. Yo sabía que todo esto iba a terminar para el carajo. Pero te voy a hacer cagar, hijo de puta.
Entonces ocurrió lo más ridículo que podía ocurrir esta noche.
Pensé que Bellabarba iba a apuntarme a mí, pero de manera insólita hacía todos los malabarismos posibles para apuntarle al loro, quien no paraba de saltar de la antena del televisor hasta el modular. Mi gato tuvo también una reacción inesperada: dio media vuelta y se fue hacia el patio, aburrido de los vaivenes del pajarraco.
- Te mato. Te voy a matar.
Me hablaba a mí, pero le apuntaba al loro.
- Cálmese, hombre, no es para tanto – dijo Zingla, sin inmutarse, desde la cabecera de la mesa.
Si bien la situación me parecía cómica, noté que Bellabarba no estaba dispuesto a dejar el arma. Temblaba mucho y las continuas corridas del loro lo ponían aun más nervioso.
- El vino le cayó mal, Bellabarba. Siéntese tranquilo. Conversemos. – continuó Zingla. – Guarde eso, hágame el favor.
Bellabarba dejó quieta su arma, apuntando a algún lugar indefinido entre la pared y la ventana. Bajó la mirada y se puso a llorar. Todo lo que estaba haciendo me parecía forzado y fastidioso. Pero también, peligroso y cómico.
- Entonces me mato yo.
Zingla y yo lo miramos en silencio. Suspiré. Bellabarba se puso el arma en la sien, tratando de convencernos de que realmente iba a disparar. No lo detuvimos.
- Disparo, ¿eh? Y te lleno todo de sangre. Y vas a limpiarlo vos, hijo de puta.
Disparó.
Aunque venía apuntándose a la sien, Bellabarba hizo una maniobra rapidísima y apretó el gatillo justo delante del loro, quien cayó duro al piso y sin rastros de sangre.
- Se acabó. ¡Se acabó!, dijo Bellabarba, llorando.
- Pero qué hizo, hombre. Déme eso. – dijo Zingla, levantándose de su silla y quitándole el arma.
- Ahora no se te va a cumplir nada, hijo de puta. “Matarás al bufarreta”. ¡No vas a poder matar ni una mosca!
Después de esta declaración, se hizo un silencio de muerte. Luego, Bellabarba se arrojó sobre un sillón. Lloró unos minutos y se quedó dormido.
- Señores, ya son las tres de la mañana. Tengo que levantarme temprano, así que esta reunión se acaba aquí. – dije, con la esperanza lejana de que el viejo dormido me escuchara. Sin embargo, Bellabarba no se dio por aludido. Zingla lo despertó a los golpes.
- Vamos, vamos, el señor Mux tiene que dormir.
Los dos viejos se fueron en silencio y me dejaron una enorme sensación de intriga. A un costado de la mesa estaban los papeles de diario amarillentos. En el piso, todavía, el loro muerto.
Esta mañana, cuando me disponía a enterrar los restos del loro (del loro-yo), descubrí algo extraño.
Tomé al pequeño cuerpito de plumas amarillas y verdes, y vi que, justo en el lugar donde había perforado la bala, quedaba al descubierto que se trataba de un muñeco. Sin sangre, sin órganos. Pero sin mecanismos, ni engranajes. Un muñeco hecho de un material homogéneo (tanto en su interior como en su exterior), de color carne, cubierto de plumas.
Yo desde hace varias horas estoy quieto, indeciso, sin poder dormir ni comer, ni caminar. Sé que hoy no podré salir de mi casa. Tengo la certeza de que ya no podré hacer más nada en mi vida: ni siquiera morir. Estaré así hasta que otra mágica conjunción de palabras le dé cuerda nuevamente a la narrativa de mi vida.
5 comentarios:
Papita pa´l loro.
A mí me gustó esta parte. Está muy bien!
Gracias por darnos en gusto.
Me gustó este otro final, y también la forma en la que lo hizo.
Felicitaciones por partida doble.
Saludos,
Este final explica. Y la narrativa no está para explicar.
Me quedo sin bis, a morir.
Un saludo mr Mux.
(el otro día en un trámite lo escuché a su padre tomar declaraciones!!)(no sé a qué cuaderno estaría destinada!)
Me mareé.
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